La Facultad de Filosofía y Letras retoma en esta semana un periodo de vital importancia para la vida estudiantil y académica de nuestra institución. Docentes y alumnos se verán envueltos en bombardeos mediáticos y desplegados multicolores que tratarán de robarles el último hálito de esperanza democrática que permanece en nuestra institución: su voto. Los contendientes son dos: Maria Luisa Martínez Sánchez, por un lado y Cástulo Hernández Gálvez por el otro. ¿Alguien sabe más acerca de ellos? Cástulo fungía como subdirector de la Facultad de Filosofía y Letras hasta hace algunas semanas. Las causas son muy sabidas y comentadas. Sus aspiraciones políticas, enfocadas claramente en la silla de director, interferían con los planes que Reséndiz delineaba para (inserte el nombre que sus suposiciones le indican aquí), su próximo sucesor o sucesora (según sea el caso). A Cástulo se le exigió su renuncia y pocas veces fue visto desde entonces. Su caso de despido in-justificado no fue el único en nuestra Facultad, en la División de Estudios de Posgrado resonaron casos similares. Gabriela Elizondo (antigua secretaria académica) y Víctor Barrera fueron dos de los casos más comentados. En tiempos de campaña las cabezas ruedan.
La magnitud de esta temporada política no es muy frecuente y sólo se presenta una vez cada seis años. Y es así porque los obstáculos que se anteponen a esa democracia así lo permiten. No es sorprendente que la reelección de nuestro actual director haya resultado en una insípida campaña y en un día de votación intrascendente. Lo que llama la atención es que en aquella ocasión un candidato único derrochara una cantidad exorbitada de recursos en una campaña que por default ya tenía ganada. Plumas, pancartas, carpetas fueron impresas con la leyenda “UNIDAD EN LA DIVERSIDAD por una facultad incluyente.” En esa ocasión, Reséndiz vagamente logró la aprobación estudiantil, gracias, sobre todo, al apoyo de sus leales seguidores miembros de diversas actividades extra curriculares (léase deportivas) y de acarreados, perdón allegados. Los maestros, fieles a su lógica, apoyaron al candidato (único) y salvaron, al menos por tres años más, su puesto y su salario.
Esta insulsa democracia nos es típica de las campañas electorales para puestos administrativos/directivos. Una situación similar se vive en el Consejo Estudiantil, la última unidad estudiantil de su tipo a lo largo y ancho de la Universidad Autónoma de Nuevo León. No otra institución goza del poder político, económico y soberano que posee nuestro Consejo Estudiantil. Con ingresos semestrales superiores a los $100,000.00 y sin tener que rendir cuentas de su ejercicio sino a los miembros del Consejo General de Representantes no es extraño que Dirección busque tener una injerencia directa sobre el modus operandi del CE. Sobre todo, gracias a la influencia y el “reconocimiento” que el Consejo tiene sobre los estudiantes.
Lo que sí resulta extraño es la apatía que cada año se vive en períodos de elección para CE. Año tras año, vemos a una sola planilla aspirando por ganarse la confianza del alumnado. Y es por eso que año tras año tenemos los mismos eventos: fiestas de bienvenida, fiestas del día de San Valentín, fiesta de fin de cursos, fiesta de navidad y fiestas por el mero gusto de hacer fiestas. Para eso es el dinero, ¿no? Y la política, a la manera que los propios estudiantes pueden hacer su política se vuelve un carnaval de futbolitos, casamientos, tacos a precios accesibles y un baile al ritmo de Caballo Dorado que sólo sirve para quemar a más de uno. Todo esto, sin importar que el bullicio altere la vida académica al grado de que un maestro esté dispuesto a exentar “Al próximo que me traiga las manos del baterista” (Yo advertí).
Pero volvamos al asunto de nuestra política. A grandes rasgos, ya dijimos quién es Cástulo. A lo que poco se puede añadir. Un tipo de corta estatura, algo robusto, con lentes, más antipático que simpático y que, como dijimos, hasta hace poco se instruía como subdirector. Hasta el 2002, de él se podía decir que era maestro normalista egresado de la ENSE y abogado graduado en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UANL. Se desempeña(ba) como maestro de M.T. de la UPN 19B, maestro de la Fac. de Filosofía y Letras UANL y Secretario de Desarrollo Profesional de la misma.
Ahora hablemos de Maria Luisa. Ella es... o era... la coordinadora del Colegio de Sociología. Punto. Si fuera del Colegio de Bibliotecología, con toda justificación podría decir: ¿Alguien la conoce? Pero no, es socióloga. Y en un lustro nunca la vi por la facultad. Aunque frecuentemente asistía por la mañana y por la tarde-noche. Sus logros y/o méritos que la llevan a aspirar al puesto de directora los desconozco. Los datos que conozco son los siguientes: Tiene 53 años. Es divorciada. Es Licenciada en sociología por nuestra facultad. Maestra en Psicología laboral y doctorada en Filosofía del Trabajo Social con acentuación en Políticas Comparadas de Bienestar Social. Estos logros quizás —y hago énfasis en esto— serían suficientes para ubicarla en el lugar al que aspira pero no parece que esa sea su aspiración. Más parece que es su afinidad con José Reséndiz la que la ha ubicado en tal posición. Lo cual no demerita en mínimo sus cualidades. Pero ¿justifica su posición? Yo creo que no. Porque no es la primera carta de Reséndiz, ni la segunda sino la tercera o cuarta. Algo así como el plato de cuarta mesa cuando yo creía que sólo habían tres. O ¿qué es lo que le pasó a la actual Subdirectora del Centro de Tecnología para la Enseñanza del Sistema Abierto y a Distancia? Un rotundo 'NO' suena como la única respuesta. O especulo, ¿acaso su ego finalmente cedió ante su raciocinio y ahora sólo aspira al puesto de subdirectora? Sólo especulo. La verdad es que María Luisa no ha dado a conocer quien será su mancuerna en caso de llegar a la silla (de director). Cástulo, por su parte, ha expresado formalmente que será José Luís Méndez, catedrático del Colegio de Filosofía. Es, además, caballito de batalla y viejo conocido de Reséndiz con quien se enfrentó en la elección para director del período 2003-2006.
Por un lado, se presenta un proyecto de continuidad por parte de María Luisa y hasta donde le permitan llevarlo a cabo. Siento que, por la forma en que se ha dado su candidatura, su término como directora estaría muy condicionado por la actual administración y, además, se avalarían los perjuicios que se han instaurado durante la misma. En detrimento de docentes y de alumnos. ¿Qué beneficio real, tangible se ha encontrado con el Cepadih? Ninguno. La biblioteca es más chica y menos acogedora, menos práctica. Si la biblioteca estaba en busca de un nuevo espacio, la respuesta no ha sido el Cepadih. Lo que la biblioteca, alumnos y docentes buscan son más libros, y no sólo en cantidad sino en calidad. Libros de relevancia para la comunidad. La inversión en el Cepadih fue un gasto oneroso. Trasladar a él la biblioteca José Alvarado fue otro error. No había necesidad. Aunque pudiera haber existido la de crear los espacios superiores e inferiores. Lo mismo ocurrió con las jardineras. En total, hemos contabilizado la tala indiscriminada de cinco árboles en un espacio menor a la quinta parte del territorio que abarca la Facultad. El pabellón (o cualquier otro nombre que se le quiera dar a las antiguas jardineras) hoy luce unas insulsas plantas que más dan pena que brío. Y esto es paradójico como ya lo dijo una compañera para una Facultad y una Universidad que buscan promover una conciencia de “ambiente y sustentabilidad.” Si tal criterio rigiera las mentes de nuestros dirigentes, se plantarían al menos 2 (cuando los criterios mundiales exigen un mínimo de 10) árboles por cada uno talado.
Y la lista de carencias de nuestra facultad puede continuar. El enfoque de esta administración ha estado centrado en el efecto inmediato, en el “para que todos lo noten” y se han descuidado, en cambio, los programas académicos que son los que deberían de alimentar el espíritu crítico de nuestra facultad. Porque esa es y ha sido su esencia desde sus primitivos orígenes en la Escuela de Verano de la Universidad de Nuevo León, allá por 1946. Por eso yo no abogo por la continuidad y la inexperiencia sino por un cambio radical, entendido como se guste entender. Abogo por la experiencia y no por la (in)competencia. Sobre todo en esta época en que tanto se hablaba de competencia. ¿Alguien sabe qué le pasó a la doctora cubana Magalys Ruiz Iglesias? Otro más de los fracasos académicos de esta administración. La doctora no quiso caer en el juego de corrupción y solapismo en que pretendían hacerla caer y prefirió abandonar el diplomado en formación de competencias que impartía. Al parecer tuvo miedo de que personas incompetentes queden en los puestos administrativos.
—F.